La Palma es una isla rota. También es una isla con una sociedad anestesiada. Y es una isla suicida, que ya registra síntomas evidentes, como metáfora de una persona con ideación suicida. Es una isla que transita hacia el abismo. Una isla con graves problemas socioeconómicos, que enfrenta a una parte importante de la población a vivir altos niveles de desesperación.
La Palma también es una isla maldita, marcada por una catástrofe, no tan natural, como ha sido la provocada por el volcán en 2021. Una erupción volcánica, pero también social y económica, que ha creado un entorno hostil, además de un contexto donde la salud mental está quebrando la vida de muchos de sus habitantes.
La Palma también es una isla amputada. En 2013, Gonzalo Hernández Sánchez, un funcionario de origen garafiano residente en Tenerife, publicó un pequeño libro que tituló La isla amputada, cuyo subtítulo ya era bastante significativo: “De cómo La Palma, durante siglos tercera con el mismo fuero que las dos primeras, ha pasado a ser la quinta isla del Archipiélago Canario”.
Gonzalo Hernández sostenía su argumentación en una concepción social y económica de la isla dominada por una faja central, desde Santa Cruz de La Palma y sus municipios periféricos, hasta los tres municipios del Valle de Aridane. Mientras, las periferias insulares, al norte y al sur, han ido perdiendo el tren del desarrollo. Sustentaba su tesis en datos de población y en las infraestructuras existentes y las fallidas.
La Palma es la isla más estancada en población, e incluso hay una estimación para 2024 con menor población que hace cuarenta años. En el período de 1980 a 2020, La Gomera y El Hierro han tenido aumentos del censo. En el resto de las islas ha habido un crecimiento significativo, sobre todo importante en Fuerteventura, que ha pasado de 50.000, en 1980 a 130.000 habitantes, y Lanzarote, de 80.000 a 170.000 habitantes. Son cifras redondeadas.
En 1950 La Palma tenía en torno a 60.000 habitantes y Garafía 5.000. De seguir la tendencia de Canarias, en su totalidad, según Gonzalo Hernández, La Palma tendría ahora 170.000 y Garafía 13.000 habitantes, respectivamente. En los años 50 y 60 La Palma sufrió un colapso con una alta emigración a Venezuela. De hecho, el volcán de San Juan añadió más presión a buscar salidas económicas fuera de la isla.
Sin duda, no hace falta exponer los datos económicos para entender que el elevado crecimiento poblacional de Lanzarote y Fuerteventura ha venido marcado por el espectacular crecimiento urbanístico y turístico que han tenido ambas islas. Las cifras de turistas anuales están ahí para contrastarlo.
No quiero, sin embargo, hablar de La Palma a través de un análisis comparativo de los datos macroeconómicos y poblaciones de las islas. Quiero centrarme en los datos y en la realidad en la propia isla. Si Gonzalo Hernández ya hablaba de una isla amputada, yo pretendo ir más lejos, y argumentar porque La Palma es una isla rota. Una amputación en una persona te puede dejar manco o cojo, pero cuando te rompes, no sólo puede afectar a tu cuerpo, sino también a la salud, a las emociones, y a toda una vida humana. Esa es la metáfora principal para entender por qué hablo de la isla rota.
La isla amputada, según Gonzalo Hernández, es la consecuencia del abandono que ha sufrido el norte, sobre todo Garafía, y el sur de la isla. Las evidencias más claras para entender esto, añade Gonzalo, es el estado de las comunicaciones y la red viaria. En los 60 se transitaba a lomos de bestias o en falúas. Cinco horas para llegar de Garafía a Los Llanos. Hoy una hora, y si es para llegar a Santa Cruz de La Palma, otra hora más. No hace falta dedicar más líneas para saber cómo están la LP-1 y la LP-2. La Palma aún no tiene una circunvalación digna que cubra las comunicaciones entre sus pueblos. Para colmo, la erupción guillotinó la LP-2.
La Palma es una isla rota, que la ha convertido en un puzle despiezado, de difícil resolución. Para empezar a entender esto, hay que analizar lo que Gonzalo Hernández denomina “la bella durmiente”. Se trata de la siudá, Santa Cruz de La Palma. Según Gonzalo, Santa Cruz de La Palma “sintetiza la parálisis de la isla”. Es la capital, cuyos habitantes, y en su representación la clase política capitalina, reflejan esos celos de una princesa que busca el príncipe soñado, pero nunca lo logra, y siempre está esperando por ese príncipe que, además nunca deja que “bese a sus hermanas del resto de la isla”, sobre todo, de “la banda”, y de “su imaginaria rival, Los Llanos de Aridane”.
La erupción del volcán, sin que sea necesario ponerle nombre, ha sido la excusa perfecta para que la “bella durmiente” tenga a su príncipe más cerca. El volcán ha sacado a relucir las miserias y las piezas de la isla rota. El volcán de 2021 no existió para una mitad de la isla, y el volcán actual es mucho peor, porque no existe para esa mitad más una parte importante de la población palmera. La isla está rota, por un nuevo exilio involuntario. Por una emigración interior, que ha dado alas a las ambiciones del este de la isla.
Se perdieron plazas hoteleras en el Valle, aún no recuperadas en su gran mayoría. En el este no les preocupa. No importa, tenemos plazas en la capital y en Las Breñas. Y luego desempolvamos un proyecto de ciudad residencial y turística en La Pavona. Para tranquilizar al Valle le daremos una villa en Las Manchas, aunque no haya infraestructuras.
Se hacen dos aeropuertos, siempre en el este. Incluso, hay que recordar que el actual se ha hecho sobre coladas del edificio volcánico de Cumbre Vieja. Los celos son traicioneros y engañan. Por eso le permitimos un puerto, ampliado tres veces, que no sirve para atracar. El Valle quería un auditorio, lo evitaron. Un centro integral de FP, que nunca sale. Llegar a Fuencaliente es un martirio. Y dirán que el volcán es nuestro aliado. Ahora es peor. Para ellos mejor.
La Palma es una isla rota políticamente. Y sin rumbo, sin proyecto. El volcán, cuando es objeto de un miserable debate político, saca a relucir voces críticas, los políticos del este (Cabrera, Perdomo, Jordana…). Y no importan si son del PP, del PSOE o de CC. No hay color político, porque lo que pesa en el debate es el lugar donde vivas. No critican, por ejemplo, el embarcadero, porque evidentemente no sirve para nada. Y ahí, todos son culpables y cómplices.
Hay que reconstruir las carreteras y caminos sepultados por las coladas. Saben en el este que se tardarán décadas, porque les interesa a algunos. Pero como hay que ejecutar estas obras, por la vía de emergencia, en el este y en el Cabildo ya tienen el “vellocino de oro”, la declaración de La Palma como “zona catastrófica”, o, como se denomina oficialmente, “’zona afectada gravemente por una emergencia de protección civil”. Así, se ejecutan obras que no tienen absolutamente nada que ver con la emergencia volcánica.
La isla rota, y el Valle aún más roto. Deshecho en mil pedazos. Afectados de primer grado hasta sexto grado, o peor. Algunos, con su nueva vida encaminada. Otros, la mayoría, esperando el maná de las compensaciones, después de las migajas del Estado y del Gobierno canario. La isla rota por decisiones absurdas y humillantes, como aprobar el 60% de desgravación fiscal para todos sus habitantes.
Una isla rota por la existencia de personas a las que no solo se les ha olvidado la palabra solidaridad, sino aplicarla. Los hechos están ahí. Suben alquileres y el precio del suelo rústico, y lo que dé dinero. Una isla rota porque a nadie le importa que algunos espabilados estafen a personas afectadas por el volcán. Una isla rota por la salud mental y física, y nadie hace cuentas, ni pone presupuestos para ello.
Acabaría añadiendo mil y un detalles para llenar de contenido a esta isla rota. No hay que obviar que hay una quiebra en las necesidades educativas, como cuatros colegios que nunca se recuperan en el Valle, por ejemplo. Rota porque no se atienden los problemas de los mayores de manera solidaria, ante la ausencia de plazas de residentes en el Valle.
Una isla rota, donde proliferan festivales y fiestas, y donde los usureros de turno, los promotores de esos festivales vacían las arcas públicas. El volcán ha incrementado además los celos capitalinos, llenado de ambición y orgullo a políticos como el alcalde de Santa Cruz de La Palma. No les gusta nada que haya un presidente del Cabildo del Valle, y, si es de El Paso, peor. Pero los que les interesa es la caja y el bote, y así muchos políticos y empresarios, calladamente, tratan de sacar tajada del dinero público. El pulso existe, a pesar de los partidos. No pueden esconder incluso exista, por ejemplo, entre Nieves Lady y Sergio Rodríguez.
La isla está rota, pero es que el Valle también está roto. Algunos, más ricos con el volcán. Otros, ganando dinero con negocios cerrados, y, aun así, abren negocios en otras zonas. Otros, con viviendas sepultadas, aún sin recibir, no solo ayudas, sino incluso la dignidad que se merecen. Hay familias rotas y enfrentadas. Y soluciones habitacionales que nunca llegan para muchas personas afectadas. Y eso, cada vez interesa menos a esa otra isla. Repartos de ayudas por pérdidas de fincas desigual, que incluso ha llevado a algunos a invertir en fincas fuera de la isla.
La isla rota, cuyos trozos están sostenidos por hilos muy frágiles. Las inversiones públicas, tras el volcán, en gran parte no están permitiendo la reconstrucción, la recuperación y la rehabilitación de muchas vidas rotas. Vidas que pendulean por las ayudas y exenciones del estado y del Gobierno canario. Pero estas ventajas no duran siempre. Vidas rotas por aquellos a quienes les interesa, por ejemplo, que Puerto Naos nunca se recupere, ni siquiera el Valle.
La Palma está enfrentada a un abismo donde cada vez son más los habitantes que andan en esa frontera, a punto de caer, o cayendo ya. Pero también es la isla olvidada, por un presidente del Gobierno español para el ya no existen los palmeros, y para el resto de la clase política del Estado la reconstrucción se está haciendo de manera perfecta.
La isla toda, por la destrucción causada por un volcán periurbano. Rota por vidas gravemente afectadas. Rota por la fragmentación social, con grupos de la población enfrentados. Rota porque no se atienden las necesidades reales de reparación y recuperación, y una población a la que no le preocupa que esto ocurra.
La isla rota es la representación perfecta de los desafíos que enfrenta una parte de la comunidad palmera sumida en una crisis, que para otra parte no existe. O los palmeros y palmeras que formamos parte de esos rotos y descocidos, ignorados, despreciados y ninguneados, despertamos y enfrentamos la realidad o acabaremos expulsados, aumentado el exilio involuntario o llenando los nichos. El poder político, local y regional, está ciego, porque para ellos la reconstrucción es cambiar el modelo económico y social de la isla por decreto, por la vía de darle todo fácil a empresarios de fuera. Luego no habrá plátanos, ni aguacates, ni salidas laborales para todos esos palmeros rotos.