Desde los albores de la humanidad hubo sonido, ritmo y música. Sonaron prácticamente junto al primer latido humano, como manifestaciones de las inquietudes, miedos y anhelos más profundos de hombres y mujeres en su necesidad de relacionarse y dar sentido al mundo que habitamos. La música nos ha permitido expresar emociones, alumbrar el camino e incluso “dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido”, como dijo el compositor y director de orquesta Leonard Bernstein.
Hubo siempre personas con la capacidad de captar los sentimientos más hondos de la sociedad de cada época. Hacían visible -y audible- lo que permanecía oculto pero pujaba por materializarse. La música popular, en sus múltiples expresiones, ha cumplido esta función y ha sido fundamental para dar voz a colectivos que de otro modo habrían carecido de ella, sobre todo cuando no se pisan los grandes salones ni los círculos de poder.
Siempre hubo, en definitiva, quien ha demostrado que, como defendió John Lennon, “la música es todo el mundo y es la respiración” y ha contado para ello con un diapasón social para dar con la nota adecuada y sintonizar con el momento y el lugar, haciéndolos sonar. Y Canarias, lejos de ser una excepción, ha sido un lugar pródigo en este sentido.
En los últimos sesenta y cinco años se han ido sucediendo en el archipiélago movimientos musicales, protagonizados por la juventud de cada momento, con un fuerte compromiso social e identitario. Cada generación ha utilizado su propio lenguaje, sus canales y su manera de trasladarlo al conjunto de la sociedad, en muchos casos desde una militancia activa por la democracia, la lucha contra la desigualdad, la denuncia de un desarrollismo sin freno, la defensa de nuestra identidad o los derechos singulares como pueblo canario.
En los años sesenta y setenta cobra especial relevancia en nuestra tierra el movimiento de la Nueva Canción Canaria. Sigue la estela de la Nova Cançó en Cataluña, el Manifiesto Canción del Sur de Andalucía, Ez Dos Amairu en el País Vasco o la Nueva Canción Chilena y hace una propuesta en la que funden la tradición con la innovación, con un fuerte compromiso social, identitario, nacionalista, de defensa del territorio ante el nacimiento de un turismo sin control, de lucha contra la dictadura y de apuesta por la democracia.
Toma una dimensión muy potente el movimiento “Canarias: Pueblo, Palabra y Canción”, con cantautores relevantes como J.C. Senante, Juvenal, Julio Fajardo, Pepe Paco, Suso Junco y grupos de referencia como Taburiente, Magma 12, Palo, Canto 7 o Pueblo-Tanco. Nacen también Los Sabandeños y Los Gofiones. Y ocupan un lugar significativo de denuncia social grupos como Los Granjeros de Montaña Cardones, de la mano de Sindo Saavedra, o los Chincanayros de Icod de los Vinos. El Centro de la Cultura Popular Canaria jugó un papel importante en esos momentos puesto que hizo de aglutinador e impulsó, en los años ochenta y noventa, propuestas como la del Taller Canario de Canción, con Marisa, Pedro Guerra, Rogelio Botanz y Andrés Molina.
Fue en los ochenta y los noventa cuando surge un movimiento ligado al rock, el reggae y el punk que expresa el malestar social de esa generación, crítica con el sistema, con el paro y con la desigualdad social y genera un nuevo lenguaje de expresión, provocador e incendiario en muchos de los casos. Tienen detrás referencias como la de Los Canarios o los Stu and Drak, de Moya. Aparecen en escena en esos momentos grupos como Escorbuto Crónico, Prana, Moral Femenina, Familia Real, Teclados Fritos, Ataúd Vacante, Frakaso Skolar, El Eructo del Bisonte, Krull, Los Dalton, Los Coquillos y decenas de tantos otros.
Con la llegada del siglo XXI esta corriente musical reivindicativa se orienta hacia movimientos urbanos, que surgen en los barrios de Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife, La Laguna, Telde o Arrecife de Lanzarote, entre otros. Echan mano del hip hop, el rap, el reggae, el break dance, el reggaeton, el trap y el graffiti, con influencias africanas y caribeñas -por nuestra situación geográfica y nuestras fusiones culturales- y con una amplia temática ligada a las drogas, el paro juvenil, el racismo, la inmigración o la desigualdad. Abren el camino El Chojin, aún sin ser canario, Grupo Extraño, K-Narias, El Veneno Crew y luego Bejo, Don Patricio, Locoplaya y muchísimos más.
Este fue el marco que abrió el camino a la explosión de la música urbana actual en Canarias, que se ha convertido en una de las formas de expresión más representativa entre la juventud de las islas. La música urbana que se hace en el archipiélago se ha transformado también en un instrumento identitario, de cohesión social y de crítica política. Y habla de discriminación, de precariedad, de lo que sucede en las calles y en los barrios, de feminismo y diversidad, de respeto al medio natural, pero también de orgullo, de identidad y pertenencia. De superación y de voz propia para defender nuestra singularidad.
El referente de todo esta expresión artística convertida en reivindicación de canariedad, de unidad archipielágica, de hacer música “de las ocho pa las ocho”, ha sido Cruz Cafuné. Su movimiento 922-928, los prefijos telefónicos de las dos provincias canarias, ha generado un sello canario, una gran comunidad de sentimiento isleño, de referencia artística e identitaria, de singular relevancia. Cafuné lo explica con claridad al contestar a uno de sus fans que le pregunta si se puede tatuar esos números: “922 y 928 son los prefijos de nuestras islas, por eso siempre los nombramos. No sé de dónde eres, pero Canarias es una colonia marcada por los flujos migratorios y la mezcla de culturas, mientras lo hagas desde la apreciación y el respeto así vas a tener a una familia”.
Y de esas aguas han bebido y en esas aguas se han sumergido artistas de Canarias como Ptazeta, Sara Socas, Daniela Garsai, Choclock, Kiddo, La Pantera, Abhir Hathi, Izak, El Ima, Juseph y el propio Quevedo. También escritores y escritoras como Andrea Abreu, Meryem El Mehdati o Aida Gómez Rossi, como señala Borja Rubio en su ensayo “928-922: Apuntes sobre la canariedad hirviendo”.
Lo de Quevedo el pasado domingo día 25 de mayo de 2025 en el Estadio de Gran Canaria, no fue, por tanto, fruto de la casualidad ni de la improvisación. Supone por el contrario una pieza más de esa cadena que se prolonga eslabón a eslabón en el tiempo. Para empezar, porque es imposible que más de 40.000 personas se den cita ante un escenario sin que exista una potente llamada artística, social, emotiva e intergeneracional.
Conozco por ejemplo el relato de padres, e incluso de abuelos, que acudieron al concierto sin otra motivación que acompañar a menores de edad. Iban en muchos de los casos envueltos en un nube de escepticismo o de falta de expectativas. Sin embargo, se vieron sorprendidos por la marea de catarsis y por la corriente de felicidad que se vivió esa noche. Comprobaron en persona que Quevedo, más allá de los gustos, posee el don “de enviar luz a los corazones”, tal y como señaló Schumann hace dos siglos.
La comunión vivida se multiplicó con la presencia en el escenario de Los Gofiones y la interpretación de su canción dedicada a Gran Canaria. Y esto tampoco es casual. Demostró la convivencia entre tradición y contemporaneidad que nos caracteriza y que forma parte de nuestra identidad atlántica, fruto de una mezcla enriquecedora. Y más allá de eso, frente al tópico de la despreocupación por lo colectivo de los jóvenes, el estadio rezumó sentimientos de apego, de amor a la isla, de identificación colectiva.
No quiero olvidarme de subrayar que la figura de Quevedo da la vuelta al planeta enarbolando la bandera de Gran Canaria. Y que ha querido celebrar en su isla un concierto icónico que ha supuesto un despliegue técnico y humano sin precedentes, con el impacto económico y de proyección internacional que lleva aparejado. Creo por ello que desenfocan el debate quienes pierden de vista que este joven ha tenido la capacidad de activar ese diapasón social que antes mencionábamos.
Hoy somos tribu, una tribu multicultural, singular y ultraperiférica que nos trae ecos de reivindicación e identidad que debemos tener en cuenta y valorar porque es la voz actual, inteligente y sentida de nuestra gente. La que está llamada a construir la Canarias del futuro.