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El incendio de Tenerife, una gran catástrofe ecológica que se repite

by Aridani

Desde la Asociación para la Conservación de la Biodiversidad Canaria queremos, en primer lugar, manifestar nuestro profundo agradecimiento a todas las personas que están trabajando para que este incendio pueda ser controlado y definitivamente extinguido.
El monte, en todas sus formas, estadios y niveles de conservación y gestión no es culpable del fuego, ni de su aparición, ni de su extensión tampoco. Son los criminales que han provocado este incendio los únicos responsables. Así pues, reclamamos más inversión para poder contar con personal suficiente y bien formado que vigile, informe y haga cumplir la normativa en los espacios protegidos de una forma eficaz, lo que en las últimas décadas no se está haciendo. Pero también, cuando se producen episodios de calor extremo como el actual, precisamos de una normativa aún más restrictiva acorde a la peligrosidad de las condiciones climáticas, de manera que podamos protegernos como sociedad de la estupidez humana, pues solo un necio ignorante prendería fuego a la naturaleza que nos mantiene en esta isla y de la que todos sin excepción dependemos. La biodiversidad -insistimos- no es la responsable de este incendio. Al contrario, es su víctima.
Desde determinados medios se asegura que los incendios forestales son naturales en los ecosistemas canarios y que, por tanto, la vegetación está adaptada a los mismos; y así concluyen que su impacto es reducido, con lo cual dan a entender que este es el caso del incendio actual en Tenerife. Con tales aseveraciones, que corren el riesgo de convertirse en dogma de fe, se soslaya el hecho incontrovertible de que la casi totalidad de los incendios actuales son producidos por el ser humano, con una frecuencia e intensidad muchísimo mayor que ese hipotético régimen natural cuya repercusión real, además, desconocemos. Los grandes y devastadores incendios actuales se producen en situaciones atmosféricas que no son propicias para el inicio de fuegos naturales, motivo por el cual su impacto necesariamente ha de ser mucho mayor.
En Canarias no existen estudios que permitan afirmar que la flora canaria y los suelos que la sustentan están adaptados al fuego. Muy al contrario, estudios concluyentes demuestran un alto impacto negativo. Es necesario estudiar y profundizar en los efectos del fuego en este incendio y no hablar a la ligera restando importancia a sus consecuencias. El fuego, tal como se está produciendo en nuestras islas, perjudica al suelo que sustenta la vida, la flora y la fauna, y a procesos ecológicos tan esenciales para nuestra sociedad como la producción de agua. Incluso el pino canario, aun con su proverbial resistencia, no siempre rebrota; y de hecho los incendios de las últimas décadas están matando, en una proporción significativa, los pinos más antiguos y majestuosos, que son los que aportan mayor valor ecológico.
Este incendio representa una auténtica catástrofe para todos los ecosistemas afectados, incluido el pinar. En modo alguno se le debe restar importancia. Cuando finalmente se dé por extinguido, será necesario un análisis exhaustivo de los daños, incluidos los producidos a poblaciones de especies que pueden haber quedado tan mermadas que su supervivencia podría estar en peligro.
La falsa percepción de que el rebrote del pino o el crecimiento posterior de jaras y codesos en abundancia representa la recuperación del pinar es algo que debe quedar atrás. Tenemos ya suficientes estudios científicos que demuestran que el pinar canario es mucho más que la suma de estas especies capaces de soportar el fuego. Los pinares de Tenerife están muy empobrecidos en flora endémica, que es la que debería ser dominante en este ecosistema. Esta pobreza actual se explica en parte porque los incendios no son episodios aislados: se quema sobre quemado debido a la reiteración de incendios muy seguidos, a un ritmo que no hay ecosistema que lo soporte.
Pero el pinar está quemado no solo por el fuego, sino también por varios siglos de intervención humana, como la presencia de herbívoros invasores que han relegado a muchas de sus especies a escarpes inaccesibles para el conejo o incluso para el ganado o el muflón. Todas ellas son especies animales invasoras que no han estado presentes en la evolución de nuestros ecosistemas durante millones de años, ya que apenas llevan con nosotros un par de miles de años alterando profundamente las comunidades vegetales originales. Esto explica también la pobreza del pinar y consecuentemente el abundante número de especies amenazadas para las que el fuego es como un juego de la ruleta rusa en el que nuestra depauperada flora tiene una alta probabilidad de desaparecer.
Solicitamos por esto que la gestión de los pinares no se centre solo en la prevención y defensa contra los incendios. Hay que gestionarlos también para que recuperen la biodiversidad perdida por siglos de sobreexplotación. A tal fin, además de una gestión de defensa contra el fuego, que debe ser compatible con la conservación de la biodiversidad, se deben desarrollar programas de gestión de la biodiversidad que tiendan a recuperar los ecosistemas de manera integral, llevando las poblaciones de la flora endémica a sus máximas posibilidades, para que se reduzcan los riesgos de extinción y se facilite la recuperación espontánea posterior.
Es importante también recuperar la superficie de laurisilva de la vertiente norte de la isla de Tenerife, intensificando la transformación de masas de pinos exóticos y de pino canario plantado fuera de su área potencial, así como de otras especies arbóreas exóticas. Esto permitirá, con el tiempo, no solo la recuperación de las escasas y degradadas manifestaciones de laurisilva en esta vertiente, sino crear una barrera natural de defensa contra el fuego en la interfaz urbano-rural-forestal, a medida que se gestionen estos nuevos bosques para acelerar su madurez.
Queremos además resaltar que, frente a las propuestas que ahora se escuchan de volver a explotar nuestros espacios protegidos con las mismas fórmulas del pasado que han producido su retroceso y degradación, se debe potenciar, en cambio, una gestión conservacionista activa. Es en las zonas rurales donde hay que promover la agricultura y la ganadería, necesarias para el autoabastecimiento y el mantenimiento de los paisajes rurales tradicionales, de manera que defiendan las poblaciones humanas y los ecosistemas naturales frente al fuego. Queremos enfatizar que la conservación de la biodiversidad autóctona de Canarias no va en contra del medio rural. Muy al contrario, son dos aspectos del paisaje insular que se complementan y benefician mutuamente.
Por último, solicitamos que haya un plan de restauración posincendio integral, que sea lo suficientemente rápido como para desarrollar acciones urgentes, como es la lucha frente a la erosión del suelo, que podría ser catastrófica ante un eventual otoño de lluvias intensas que podría agravar de forma considerable el impacto ya producido por el fuego. También recomendamos que se utilicen las semillas de flora endémica rara o amenazada propias de las zonas afectadas, que se encuentren almacenadas en los bancos de semillas disponibles, para potenciar su recuperación.

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