Escucho a menudo a ciertos políticos decir que en Gran Canaria todo está bien, que no hay robos ni apuñalamientos, que los turistas que llegan están seguros y que nuestra isla es un ejemplo de tranquilidad. Pero con todo el respeto: están mintiendo. Quien camina por nuestros barrios, quien habla con vecinos o simplemente lee las noticias locales, sabe que vivimos una realidad muy diferente.
Gran Canaria está sumida en un caos creciente. Los niveles de inseguridad han aumentado y la sensación general es de abandono. Lo que antes era una excepción, hoy se ha convertido en parte de la rutina: robos, agresiones, apuñalamientos. Mientras tanto, quienes deberían dar soluciones se dedican a maquillar cifras o dar discursos vacíos para quedar bien ante el exterior.
No se trata de alarmar, sino de decir la verdad. Porque si no reconocemos el problema, jamás encontraremos una solución. Comparar la situación con las favelas de Brasil puede parecer extremo, pero lo hago para transmitir el nivel de degradación que muchos sentimos. Callar ya no es una opción.
Esta es mi opinión como ciudadano y como periodista: si el pueblo no espabila, no van a comer. No podemos seguir esperando que otros solucionen lo que nosotros permitimos con nuestro silencio. Es momento de exigir respuestas, de organizarnos, de levantar la voz. Gran Canaria merece algo mejor.