Hace apenas unos días, Santa Cruz de Tenerife vivió una tragedia que dejó una huella imborrable en los carnavales de este año. Isaac, un joven con toda una vida por delante, fue brutalmente asesinado en pleno corazón de la ciudad, durante unas fiestas que debían estar marcadas por la alegría, no por la violencia. Hoy, además del dolor por su pérdida, nos golpea otra noticia que indigna y duele: la fianza impuesta a uno de los acusados por su muerte asciende a tan solo 6.000 euros.
Y es imposible no preguntarse… ¿En qué momento la vida de una persona pasó a tener un valor tan insignificante? ¿Cómo es posible que, mientras una familia entierra a su hijo y llora su ausencia, otro se marche a casa pagando una cantidad que, para algunos, no representa más que el coste de unas vacaciones?
Esto no va solo de cifras. Va de dignidad, de justicia y de respeto hacia la víctima y hacia una sociedad que no quiere acostumbrarse a ver cómo los delitos más graves parecen recibir respuestas tibias. No podemos aceptar que una agresión mortal, en plena vía pública y durante un evento multitudinario, termine minimizada con cantidades irrisorias que no hacen honor al daño causado.
La ciudadanía está cansada. Cansada de ver cómo la balanza de la justicia parece inclinarse según quién esté sentado en el banquillo. Cansada de que las víctimas queden relegadas a un segundo plano mientras los acusados gozan de privilegios que no corresponden a la magnitud de sus actos.
El recuerdo de Isaac merece algo más. Merece justicia, verdadera y ejemplar. Merece que su nombre no quede asociado a titulares que hablen de fianzas ridículas, sino a una respuesta contundente que demuestre que su vida valía infinitamente más que 6.000 euros.
Porque sí, nadie podrá devolverle la vida a Isaac. Pero al menos, que su muerte no quede como un número más en las estadísticas de una violencia que, si no se frena con hechos y justicia real, seguirá arrebatándonos lo más valioso: nuestras vidas.