Ayer publiqué un artículo de opinión. No pretendía ofender a nadie, solo compartir la mirada de alguien que ha vivido mucho y que sabe, por experiencia, lo que ocurre cuando la intolerancia gana terreno. Pero bastó eso para que la extrema derecha se lanzara a insultarme.
No me sorprende, pero sí me entristece.
Yo he vivido tiempos en los que hablar podía costarte la libertad. Vi cómo el miedo se metía en las casas, cómo las ideas se callaban, cómo el silencio parecía una forma de sobrevivir. Por eso me duele ver cómo, en plena democracia, vuelven los insultos, la agresión y el desprecio hacia quien piensa distinto.
A los que me atacan les diré algo sencillo: no escribo desde el rencor, sino desde la memoria. Y la memoria, aunque moleste, es necesaria. No hablo por ideología, hablo por lo que vi, por lo que viví y por los que ya no están para contarlo.
Los derechos y las libertades no se defienden callando ante el ruido del odio, sino manteniendo la voz firme, sin miedo.
España ha sufrido demasiado para volver a los tiempos en que opinar era peligroso.
Por eso seguiré escribiendo, aunque me insulten. Porque callar sería traicionar a los que soñaron con una sociedad más justa, libre e igualitaria.
No me callarán.
No por mí, sino por todos los que alguna vez fueron silenciados.
Antonio

