En el pasado pleno municipal, debatimos una propuesta que venía a decirnos que Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad con graves problemas de ruido y que los problemas de convivencia entre el ocio y los residentes son mayúsculos. Mi sorpresa ante tan errado diagnóstico crece cuando veo que oposición y gobierno, con ligeros matices, aceptan la premisa a pies juntillas. Unos, con reproches al gobierno; los otros, con una teatralización de propósito de enmienda. Yo lo siento, pero niego la mayor.
Prácticamente todas las ciudades en España tienen quejas vecinales por el ruido de sus grandes celebraciones, del ocio nocturno o de eventos culturales. Vivir en una ciudad tiene muchos pros, como tener un acceso más cercano y rápido a múltiples bienes y servicios o disfrutar de diferentes opciones de ocio que no ofrecen zonas menos pobladas. Es obvio que también tiene sus contras: más atascos, más contaminación y, sí, más ruido.
Las Palmas de Gran Canaria es la novena ciudad más poblada de España y mi deseo es que también sea una de las ciudades con más vida del país. Eso pasa por tener más y mejores eventos, más ocio y un carnaval a la altura (también en el próximo simulacro veraniego). Las Palmas de Gran Canaria no tiene demasiado ruido, sino que, por el contrario, tiene todavía demasiado silencio.
Por supuesto que hay que velar por el cumplimiento de las normas, faltaría más, y habrá algunos casos en los que falte gestión y coordinación para acabar con los problemas de un punto o local concreto, tal y como se recoge en algunas sentencias contrarias a los intereses municipales, pero no conozco ninguna ciudad en España que no cuente con uno o varios núcleos de referencia para el ocio nocturno donde existan problemas colaterales que requieren de atención.
Puedo aceptar algunos de los reproches a una laxa vigilancia en momentos puntuales, pero mi mayor crítica va en una línea diferente. Y es que en los últimos años se ha terminado con la Ruta Playa Viva, el Carnaval de día está en la UVI, no se ha potenciado la cultura en la calle como se debiera… En definitiva, si hay algo que me preocupa no es el ruido, sino el silencio.
Me voy ahora a las grandes celebraciones. ¿Imaginan ustedes a los vecinos de Valencia quejándose por el ruido de las fallas? Seguro que haberlos, haylos. Vivimos en una ciudad que ha tenido que plegarse a los deseos de unos pocos vecinos que no quieren escuchar el ruido del carnaval en Santa Catalina y a los que la justicia, por una pésima defensa municipal, dio la razón.
Me quedé sola en la votación de la moción y, por algunos comentarios en redes, intuyo que mi reflexión no gusta a muchos, pero no puedo participar en la farsa que lleva a convertir en proscritos a los conciertos al aire libre, las noches de reyes, el ocio nocturno, a nuestro carnaval y a todos esos eventos que aportan empleo, riqueza y, sobre todo, vida a Las Palmas de Gran Canaria. No me preocupa el ruido, me asusta, y mucho, el silencio.