En los últimos días, Canarias ha vuelto a ser escenario de un fenómeno que, aunque llega desde la península, amenaza con instalarse también en las islas: la normalización del discurso de la ultraderecha en espacios públicos y, especialmente, en las universidades.
La visita de Vito Quiles, una figura mediática que lleva años alimentándose del conflicto y la provocación, ha abierto de nuevo un debate urgente: ¿hasta qué punto debemos permitir que discursos basados en la confrontación, la mentira y el desprecio a los derechos humanos tengan cabida en nuestras instituciones educativas?
La gira universitaria de Quiles presentada bajo el envoltorio de “periodismo combativo” y “defensa de la libertad de expresión” no es un ejercicio académico, ni una invitación al pensamiento crítico.
Es un espectáculo político perfectamente calculado para generar ruido, victimización y contenido para redes sociales. No busca el debate; busca el enfrentamiento. No pretende aportar ideas; pretende erosionar las que ya sostienen la convivencia democrática.
Por eso no sorprende que tanto la Universidad de La Laguna como la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria hayan decidido no autorizar sus actos. Las instituciones académicas tienen la responsabilidad de proteger no solo el derecho al pensamiento libre, sino también el ambiente de respeto, igualdad y rigor que define a una universidad pública. Permitir escenarios donde se propagan bulos, ataques a colectivos vulnerables o discursos contrarios a los valores constitucionales sería traicionar esa misión.
La respuesta estudiantil, por su parte, demuestra que una parte importante de la juventud canaria no está dispuesta a permitir que la ultraderecha convierta las islas en su siguiente laboratorio ideológico.
Las movilizaciones anunciadas, organizadas y pacíficas, son un ejemplo de compromiso cívico: un recordatorio de que la democracia no solo se defiende en las urnas, sino también en las aulas, en las plazas y en los pasillos de la universidad.
Frente a quienes argumentan que “todas las ideas deben escucharse”, conviene recordar que la libertad de expresión no es un cheque en blanco para normalizar el odio. La universidad no está obligada a ceder altavoces a quienes utilizan la palabra para sembrar división, señalar a colectivos enteros y debilitar los pilares más básicos de nuestra convivencia. La pluralidad no consiste en darle espacio a todo lo que existe, sino en defender los valores que permiten que la pluralidad exista.
Canarias tiene una larga historia de acogida, diversidad y resistencia. Somos un territorio plural, atravesado por realidades complejas, pero también profundamente democrático.
Precisamente por eso, figuras como Vito Quiles buscan escenarios como este: porque saben que generar tensión en las islas tiene gran impacto mediático. Y precisamente por eso no debemos caer en la trampa.
La presencia de la ultraderecha en nuestras universidades no debe verse como un episodio aislado, sino como parte de una estrategia que, si no se confronta con firmeza y argumentos, podría ir avanzando poco a poco. No podemos permitir que el discurso frentista —basado en falsedades, en el señalamiento y en la simplificación extrema de los problemas sociales— gane terreno en el ámbito educativo, que debe seguir siendo un lugar protegido del ruido y de la propaganda.
Es hora de que la sociedad canaria, en su conjunto, reflexione sobre lo ocurrido. Las universidades han dado un paso importante. Los estudiantes también. Falta que el resto de la ciudadanía entienda que la defensa de la democracia no es un acto puntual, sino una tarea permanente.
Porque cuando el odio llama a la puerta, no basta con dejarla cerrada: hay que explicar por qué no se le abre.
Antonio

